Ya van seis tomos de La cantina de medianoche y la fórmula de Yaro Abe se mantiene igual de fresca que en el primero: historias sencillas, sentimientos profundos

“El local abre de doce de la noche a siete de la madrugada. En la carta solo hay caldo de cerdo, pero la gente pide lo que quiere y, si se puede hacer, lo preparo con mucho gusto”. Con esta sencilla presentación conocimos La cantina de medianoche, el manga que Yaro Abe lleva publicando con éxito en Japón desde 2006, y que en España edita Astiberri a ritmo comedido desde 2019. Van ya seis tomos en nuestro mercado, y, permítanme una confesión personal, cada vez que se anuncia la salida de uno nuevo es mi momento de mayor felicidad comiquera del año. Porque sé que, a vuelta de página, voy a encontrarme con un garito acogedor, un tabernero comprensivo, unos parroquianos que son ya casi de la familia y unos platos tan deliciosos como reconfortantes. Tokio será todo lo megalópolis tecnológica que quiera, pero no deja de ser un microcosmos de pequeñas historias cotidianas, y es de noche cuando la ciudad revela su verdadera naturaleza.

Aunque cueste creerlo, ha habido que esperar cerca de 1.800 páginas para que en el menú de la serie haya aparecido el único plato que realmente anuncia la carta de la cantina, el caldo de cerdo tonjiru. En el capítulo dedicado a esta especialidad conocemos a un antiguo actor y a un guionista que se enteran de que su antiguo amor común, una actriz por la que fueron rivales, va a casarse por cuarta vez. Ni la rabia ni el rencor tienen espacio entre ellos, porque el tonjiru les une y su aroma les despierta una camaradería melancólica. Así transcurren las horas y las noches en este local: apaños matrimoniales truncados por comer demasiado ajo asado, hermanos perdidos que se reencuentran gracias a unos muslos de pollo, detectives privados aficionados al guiso de calamar, aspirantes a escritoras metidas a prostitutas que se pirran por la fritura de verduras… 

 

Noche fría, fogón caliente

En fin, la noche es larga y el desfile de personajes siempre trae algo nuevo. Los clientes habituales a veces participan del drama, otras se mantienen como meros espectadores. El jefe de la cantina, protagonista sin nombre, anda entre fogones, escucha atentamente y, cuando toca, interviene para poner un poco de sensatez. Yaro Abe se mantiene fiel a su estilo de dibujo en apariencia sencillo, pero cada vez más depurado, al igual que es cada vez más perfecta su narración: con una economía extraordinaria de información, en las apenas diez páginas que ocupa cada capítulo, cuenta mil veces más que otros que, poco ecologistas ellos, arrasan con media Amazonia para hacer tomos y tomos con nada de sustancia.

La cantina de medianoche es como un simple arroz frito con lechuga o como un humilde tallo de apio con salsa: apenas le hacen falta ingredientes para entregar un plato sabroso al paladar y reconfortante al corazón. Su secreto es cocinar con mucho amor, y el resultado siempre sale rico, rico.

La cantina de medianoche 6, de Yaro Abe

Astiberri. Rústica, b/n. 296 págs., 20 €

Traducción de Alberto Sakai

Artículo publicado originalmente en la revista Z